Testimonio de una experiencia de vida
Hoy me considero una mariposa que se ha arrastrado lentamente, ha sufrido y llorado, pero que con el tiempo vuela sin parar.
Soy una jovencita de 16 años, Multiplicadora Voluntaria del Programa Jóvenes y Educación Comunitaria de Profamilia. En mi corta existencia he vivido grandes experiencias que han reafirmado mi fortaleza y mi fe, que me han dotado de un corazón sensible y de una gran capacidad de ayuda a los demás.
Ese día inolvidable, cuando tenía 11 años, esa edad de florecimiento que marca la preadolescencia y cuando estrenaba hermanito, pues hacía un mes escaso de la llegada de un nuevo miembro a nuestra familia, nada señalaba que la fecha quedaría marcada de esa manera en mi vida.
Era un día normal, me levanté y abrí la puerta de la cocina para fregar, cuando veo un hombre extraño con una mirada rara, maliciosa y noto que es el hombre que nos alquiló la casa, que vivía arriba.
De tan vivo en que está en mis recuerdos parece más reciente, parece que fue ayer. Me agarró por el pelo y me puso un cuchillo en el cuello, a mis gritos salió mi mamá desesperada a pedir ayuda dejando el bebé en la habitación, y ese momento fue que aprovechó el hombre para cerrar todas las puertas y mantenerme secuestrada por muchas horas.
¡Quería matarme! Le ofrecieron dinero, trataban de negociar con él, pero sólo decía que quería matarme. A mí no me salía nada, ni una lágrima, solo le pasaba la mano por cara y le decía una y otra vez: no me mates, por favor no me mates, hasta que la Policía pudo liberarme.
Efecto post traumático
El secuestro duró horas y el hecho marcó profundamente mi vida, primero tuve que pasar por la Fiscalía, por el departamento de abusos de menores de edad y muchísimos procesos, pero después empezó otro calvario para mí, cuando a los pocos meses se me empieza poner el pelo raro y a caerse. Creímos que era hongos y me pusieron un sinfín de remedios caseros, pero cada vez era más grave.
El diagnóstico médico fue alopecia areata, que entre sus causas se citan factores psicológicos. Mi vida dio un giro de 360 grados, se me cayó todo el pelo de la cabeza, de las cejas, las pestañas, todo completamente. Ir a la escuela se convirtió en un infierno, porque cuando creí que encontraría comprensión y apoyo de mis amigos, lo único que encontré fue bullying.
Aunque traté de disimular la situación con el uso de diferentes pelucas, el acoso diario con gritos de “caco pelao, la calva” y otras palabras más desagradables, hicieron tambalear mi fortaleza y mi fe. “¿por qué a mí, Señor? Yo no soy una persona mala”, ese era mi ruego, el de una niña que de un día para otro vio tambalearse y caer su mundo.
Cada visita a dermatología era una tortura, el dolor, los puyones, dos, tres años y mi pelo no crecía. Cuando ya estaba a punto de rendirme, hundida en la depresión, empiezo a recibir apoyo psicológico e inicié un lento y doloroso proceso de recuperación. Cuando cumplí 15 años, mi pelo empezó a crecer lentamente, poco a poco, pero las cejas y pestañas no.
En medio de todo este proceso, una amiga me habló de Profamilia y su Programa Jóvenes y Educación Comunitaria. He recibido un apoyo inmenso, aunque al principio me sentía dudosa, no conocía de qué se trataba, pero luego me fui interesando, ya tengo tres meses y me siento completamente renovada, compartir mi experiencia me hace mucho bien, mi autoestima se ha elevado bastante, creo que Profamilia me abrió las puertas para ser una mejor persona.
Hoy yo me considero una persona fuerte, una guerrera que por un momento de mi vida bajé la cabeza y tenía mi autoestima por el piso porque no sabía el valor que yo tenía, pero seguí luchando, porque Dios les da las batallas más fuertes a sus mejores guerreras.
¡Gracias vida, porque como te me pongas te vivo!