Por: Yeifri Ramírez, educador comunitario juvenil y Betsy B. Amechazurra, promotora comunitaria juvenil*
“Es una experiencia extraña, una parte te dice que seas libre y otra que no digas nada para que no te juzguen”. Testimonio de una joven bisexual.
Educar con orgullo significa reconocer la dignidad de todas las identidades. Significa construir espacios donde nadie tenga que esconder quién es para poder aprender. Significa capacitar a docentes, revisar currículos y promover una cultura escolar basada en el respeto, la empatía y la justicia. Significa crear políticas públicas que protejan a las personas adolescentes.
La adolescencia ya es una etapa compleja, pero para la población joven que se identifica como parte de la comunidad **LGBTQIA+, puede convertirse en un recorrido lleno de barreras, silencios y discriminación. La escuela, que debería ser un espacio seguro, de aprendizaje, cuidado y libertad, muchas veces se transforma en un escenario hostil.
Sabemos de testimonios donde señalan que “a mí me hacían mucho bullying cuando estaba en la secundaria, estaba en un punto donde me golpeaban y me decían cosas desagradables. Los profesores y los demás compañeros no decían nada, aunque supieran lo que me pasaba. Con los años y ya en otros espacios, siguió pasando lo mismo”.
La invisibilidad es una forma de violencia que se expresa cuando un sistema te anula, pasa de ti, no te ve ni te toma en cuenta, cuando te hacen sentir que no importas. “Nadie dice nada, pero sutilmente dicen que se despeguen o que no se lo esperaban de ti”, comenta una joven sobre la reacción cuando habló de diversidad sexual.
Cuando se habla de sexualidad, la conversación se limita al enfoque heteronormativo y binario, dejando fuera las vivencias, cuerpos y afectos de adolescentes LGBTQIA+. Esta omisión contribuye a reforzar los estigmas, alimenta el desconocimiento y perpetúa prejuicios, más aún, intentar introducir estos temas en el diálogo puede ser castigado, como señala un adolescente sobre su experiencia, “un paso en falso es igual a quedar en miedo e incertidumbre, nunca sabes quién va a juzgarte, quien te dará la espalda, quién evitará tu mirada”. Es discriminación institucionalizada y normalizada al punto de juzgar incluso a quien solo muestra apoyo a sus pares.
Bullying y discriminación pueden ser el pan de cada día. Las historias contadas hablan de acoso verbal, físico y psicológico vivido por estudiantes LGBTQIA+ a manos de sus pares e incluso del personal docente o administrativo.
“mi infancia como niño homosexual fue muy compleja, fui una de las víctimas del bullying sistematizado, no fue algo como un acoso ocasional, fue algo más complejo donde ya no solo eran los estudiantes si no que ahí entraron directivos, profesores y hasta el portero”. Son testimonios muy crudos hablan de una realidad que difícilmente sale a la luz, que forma parte de la violencia que se invisibiliza.
“Por el simple hecho de saber que yo pertenecía a la comunidad, a la mínima ya estaban encima mío o de mis amistades. Insinuando cosas, juzgando o intentando evangelizar”, refiere una adolescente queer sobre su experiencia en la escuela.
La discriminación tiene consecuencias directas en la salud mental, la autoestima y el rendimiento académico. “Me hacían las típicas preguntas de “¿y quién es el hombre de la relación?” “Ay, pero tú no pareces”, “eres muy bonita para eso”. Y los hombres me decían que se me iba a pasar y que solo faltaba que tuviese un novio de verdad”, este es otro testimonio de una joven pansexual que dice llevar dos años con su pareja.
La situación se agrava cuando los centros educativos se hacen de la vista gorda, donde una parte de la población resulta afectada. Se debe promover una conversación sin tabúes y desde el conocimiento científico, no moral, enfocado en la responsabilidad primaria de los centros educativos en ser el primer apoyo en situaciones de acoso o de violencia.
“Uno nunca sabe a dónde acudir, y aprendemos a normalizar acciones, frases, miradas y actitudes de odio en contra nuestra que nunca deberían de ser empleadas en ningún niño y en ninguna persona en general”, explica un joven gay sobre la falta de información y la falta de apoyo.
Aunque existen avances tímidos en materia de derechos humanos, el sistema educativo dominicano carece de protocolos claros y efectivos para proteger a estudiantes LGBTQIA+. Tampoco se han implementado políticas públicas que garanticen una educación sexual e integral con enfoque de derechos, género y diversidad. Esto deja a un sinnúmero de jóvenes sin vías seguras de denuncia y acompañamiento.
La lucha por una educación inclusiva no es solo una cuestión LGBTQIA+, es una causa de derechos humanos. Es el momento de reconocer, asumir y aceptar que existen otras realidades, como lo reconocen organizaciones de la sociedad civil que han sido aliadas clave en procesos de formación, apoyo psicosocial y promoción de políticas públicas inclusivas.
La articulación entre movimientos juveniles, activistas y profesionales de la educación es fundamental para transformar los entornos escolares. Aun así, es necesaria la implementación de políticas públicas con un enfoque claro y objetivo, donde prime el ejercicio de los derechos humanos de las personas.
*Yeifri y Betsy forman parte del Programa Jóvenes y Educación Comunitaria.
**Las siglas LGBTQIA+, corresponden a “Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transgénero, Queer, Intersexual, Asexual, mientras que el «+» se refiere otras identidades sexuales que no se reflejan en las letras citadas.