“Las promotoras de salud fueron guerreras que marcaron mi vida y me empujaron a trabajar por el bienestar de las mujeres”
La decisión de trabajar a favor del desarrollo y bienestar de las mujeres, especialmente la prevención de la violencia, rigen el accionar de Mariana Santos Brito desde su más tierna juventud.
Fue en el año 1983, apenas cruzado el umbral de la adolescencia, cuando Mariana se acerca a Profamilia e inicia un trabajo que, en su caso, es más bien un compromiso de vida.
“Llegué a Profamilia de la mano de la licenciada Gianna Sangiovanni, que tenía a su cargo el proyecto “Desarrollo de la Mujer Rural” y aunque soy de Bonao, empecé a trabajar por la zona Sur del país, pero luego se presentó una vacante y entré a trabajar en el Cibao, en mi zona”.
Siendo la hija mayor, desde muy joven Mariana aprendió a tomar decisiones y tener responsabilidades, ya que, junto a su padre asumió el cuidado y crianza de sus hermanos menores, lo que forjó un carácter que se refleja en su quehacer cotidiano.
“Como técnica comunitaria empecé a supervisar a unas 80 promotoras en cuatro provincias del Cibao, yo una jovencita trabajando con mujeres mayores”, recuerda con un aire de nostalgia que le dulcifica la mirada.
¿Qué cosas marcaron a Mariana para hacer de ella la mujer que es hoy? Primero asume una actitud reflexiva, pero luego se ilumina como si reviviera los principales momentos de su historia.
“Cuando empezamos a ir por las comunidades, hablar de salud sexual y reproductiva era un pecado, hablar de anticoncepción también y ni te digo de hablar de venéreas, que así se les llamaba a las infecciones de transmisión sexual. Con esto te digo que fueron grandes desafíos, maridos con actitud agresiva nos pedían que nos fuéramos, nos insultaban, en muchos clubes de las comunidades no nos aceptaban.
Pero las promotoras de Profamilia fueron guerreras que se empoderaron y decidieron que trabajarían con las mujeres de sus comunidades. Eso tuvo efecto profundo en mí, esas mujeres fueron un ejemplo de compromiso y entrega, te diría que eso, entre otras cosas, me marcó”.
Mientras Mariana habla, no podemos evitar que la imaginación vuele, para llevarnos a las comunidades rurales de principio de los 80s, cuando estas auxiliares de salud y educadoras comunitarias hablaban a sus vecinas en su propio espacio, sobre la posibilidad de espaciar los embarazos, sobre los métodos anticonceptivos y aunque no se mencionaba con ese nombre, se hablaba de salud reproductiva.
“La prevención del cáncer cérvico uterino fue una gran preocupación, porque las mujeres no querían ir al médico por si las atendía un hombre, es decir, su pudor las limitaba para recibir atención médica y hasta ponía en riesgo su vida, además de que muchos hombres se negaban a que otro hombre, aunque fuera un médico, viera “las partes privadas” de su mujer”, recuerda Mariana.
“Fue un trabajo muy fuerte de empoderamiento en el ámbito de la salud de las mujeres, incluida la planificación familiar” señala, al tiempo que parece retroceder en el tiempo para enfatizar que “hablamos de que la mujer que menos tenía contaba con ocho o diez hijos, uno detrás del otro, a veces sin tiempo para que su cuerpo se recupere”.
Señala que, aunque en los años ´80 se conocían varios métodos anticonceptivos, la pastilla siempre tuvo más demanda en las comunidades, “porque su manejo era más fácil, sobre todo si eran las mujeres las que querían espaciar los embarazos”.
Hoy y ahora
Varias décadas han transcurrido desde esos inicios y con el paso de los años la determinación de Mariana se afianza. Hoy, con el mismo ímpetu y decisión de ayer, continúa su labor de incidencia para erradicar la violencia basada en género.
Durante los meses de enero a septiembre de 2024, destaca que atendió, -referidos por diferentes vías-, 41 casos de violencia sexual, física y emocional; 18 casos de violación, incluido incesto a menores de edad; tres casos de abuso sexual, donde se cuentan como víctimas una niña de cuatro años, otra de ocho y cinco casos de negligencia y maltrato infantil.
“A mí me preocupa el aumento de los casos de violencia, en un mes puedo recibir hasta diez y es alarmante que la mayoría son de violencia sexual con víctimas que están entre los 6 y los 17 años”.
Sobre el servicio libre de costo de consejería presente en todas las clínicas de Profamilia, Mariana considera que es como una puerta de entrada de donde se puede derivar a las usuarias a prácticamente todos los servicios, “una consejería oportuna te dice muchas cosas, cuando haces las preguntas de rigor sus respuestas te gritan si necesita apoyo o intervención de otras áreas, te das cuenta si está en una situación de violencia, si necesita apoyo emocional o ir a la consulta de nutrición, porque una buena consejería es una intervención integral”.
Desde su posición como consejera educadora en la Clínica Profamilia Rosa Cisneros, ha recibido el reconocimiento de la institución y de la comunidad en diversas ocasiones.
“En realidad el mejor reconocimiento que puedo tener es que cuando una persona se encuentre en una situación de violencia, sepa que tiene dónde acudir, sepa que recibirá atención, información y ayuda para salir de eso”, señala esta mujer que ha dedicado su vida a trabajar para mejorar la situación de las mujeres.
¿Cómo se ve Mariana hoy?
La conversación con Mariana está salpicada de emociones, de seriedad y de risas, de la evocación de momentos dolorosos, pero sobre todo de resiliencia.
Según sus palabras, “llegar a Profamilia fue lo mejor que me pudo pasar. Cuando conocí a Gianna (Sangiovanni) yo creía que las mujeres no podían manejar, imagínate cómo se puso ella” y ríe abiertamente ante el recuerdo de la ingenua joven que se decía feminista y que se negaba a ser sumisa, pero delimitaba lo que consideraba “cosas de hombres”.
“En todo este proceso tuve que equilibrar el tiempo familiar con mi propio crecimiento y desarrollo, como le pasa a todas las mujeres. Me considero una mujer espontánea, honesta, en contra de la sumisión y creo que he hecho lo que debí hacer en cada momento, con las herramientas que tuve a mano.
Como tarea pendiente o cosa por hacer, yo quisiera, en el ámbito de la violencia y el maltrato a los niños, ver si avanzamos más, incluso tengo un proyecto de dos trabajos voluntarios, uno es colaborar con la buena y oportuna asistencia a los usuarios en la salud pública para mejorar la atención, especialmente a las mujeres. El otro es hacer un trabajo de prevención de violencia en la Sierra, Jánico, San José de las Matas y Juncalito.
Pero eso es trabajo. Y a Mariana, la mujer, ¿qué le queda pendiente?
Cuando le pregunto lanza una risa que le sale del alma. “quiero irme a vivir en Jarabacoa donde tengo una casita, algún día me retiraré allá, para seguir “abueliando” en grande y tengo en mente algunos viajes, quiero conocer Suiza y Venecia”. Por lo demás, estoy muy satisfecha con lo que he hecho, estoy orgullosa de mi familia y de lo que he aportado a la sociedad.
Mariana Santos es consejera educadora en la Clínica Profamilia Rosa Cisneros, además es activista comunitaria y colabora con diferentes entidades sociales públicas y privadas de Santiago. A propósito del Día Internacional de la Mujer este 8 de marzo, decidimos contar su historia, porque creemos que su vida y su quehacer cotidiano dan contenido y forma al lema de la ONU de este año «Para todas las mujeres y niñas: Derechos. Igualdad. Empoderamiento».